
Y eso nos lleva a la ONU y, más recientemente, a cómo Rusia y China han vetado en el Consejo de Seguridad que la ONU intervenga en Siria. La Unión Europea (UE) y EEUU han puesto el grito en el cielo, pero no es muy diferente de lo que ellos han podido hacer en otras ocasiones. Sorprende escuchar al embajador francés en la ONU, Gerard Araud, calificar al veto de “rechazo al extraordinario movimiento en favor de la libertad y la democracia que es la Primavera Árabe”, cuando su país ha sido el único que ha puesto freno con su veto para que la MINURSO, la misión de paz de la ONU en el Sáhara Occidental, vele por el respeto de los Derechos Humanos en la región. Precisamente estos días en los que Javier Bardem, uno de las grandes defensores de la causa saharaui, da la cara por este pueblo ante la Comisión de Descolonización de las Naciones Unidas. Vaya por delante el agradecimiento, a sabiendas de que no servirá de nada desde el punto de vista político, aunque no por ello hay que desfallecer en denunciar las injusticias porque cuando el triunfa la resignación ante los poderes mercenarios, ya no queda esperanza.
La ONU es un inservible y carísimo aparato de la burocracia internacional que nunca, ni una sola vez, ha podido impedir ni lograr una paz justa en ningún conflicto y desde siempre ha sido una organización de múltiples negociados, corrupción y violaciones de derechos humanos. Varias de las personalidades que la han dirigido, los secretarios generales, han sido títeres de las grandes potencias y multinacionales. No faltó uno de ellos Kurt Waldheim con un comprometido pasado militar como oficial nazi, quien solo fue “descubierto” cuando fuera posteriormente presidente de Austria. Hubo otro, el sueco Dag H. Hammarskjold que pareció tomarse su trabajo en serio y murió en un “accidente” de aviación, acordándosele el Premio Nobel de la Paz post mortem.
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